Roma y Venecia: cultura, arte, pizza, música y buen clima

Acabo de regresar de mis vacaciones en Roma y Venecia. Un tiempo muy relajante y lleno de lindos paisajes, arte, cultura e historia.

En Roma tuve la oportunidad de conocer la ciudad del Vaticano. Es increíble cuánta gente visita este lugar. Obviamente en esta época del año el lugar esta a reventar. Gente de todo el mundo llegaba para visitar el país soberano más pequeño del mundo. Para mi sorpresa y alegría hubo mucha gente de Latinoamérica: mexicanos, salvadoreños, peruanos, venezolanos, y obviamente un ecuatoriano (yo).

Fue una gran experiencia, no tanto por lo religioso sino por lo cultural y artístico. Tuve la oportunidad de ver directamente las grandes obras de Miguel Ángel, Rafael y otros artistas italianos, algunos discípulos de los ya mencionados. Me fascinó ver cómo Miguel Ángel a través de la pintura daba vida a ciertos episodios de la Biblia. Igual lo hacía Rafael en su trabajo. Fue de Rafael que me encantó una pintura en la que describe la ocasión en la que el apóstol Pedro fue rescatado de la cárcel por un ángel. La manera de utilizar las técnicas de luz (fuentes, contrastes, colores) dan una apariencia de vida a los intérpretes de la escena.

Otro de los lugares que me encantó visitar fue la Capilla Sixtina. En ella se encuentra una de las obras magistrales de Miguel Ángel: La bóveda de la Capilla y la parte del Juicio Final. Según las explicaciones sobre esta pintura en la pared frontal de la capilla, Miguel Ángel, a más de ser un buen pintor, era un conocer de la Biblia, de la teología, y  lo demuestra en su obra. Claro que mezcla su visión del juicio final con imágenes de la Divina Comedia de Dante. Pero más allá de la exactitud de su interpretación del suceso está la impresión que causa el hecho de ver a Jesús en el centro de la composición con un cuerpo renovado, glorificado, en su trono, como Juez. Por un lado está el horror de ver a tanta gente perdida dirigiéndose al infierno, y por otro lado está la esperanza y la paz que tienen aquellos que se dirigen hacia Jesús para reunirse con Él en la gloria. Y claro, surge la pregunta, ¿cuánto estamos haciendo para que haya menos perdidos y más salvos?

En la Capilla Sixtina también fue impresionante ver a gente con lágrimas en los ojos por la emoción de poder visitar este lugar. Obviamente porque deben ser católicos muy devotos o porque son amantes de la pintura y el arte. Y algo que me llamó la antención fue ver a una musulmana sentada en una de las bancas de la capilla, descansando para poder seguir con su recorrido en el Vaticano.

Luego, pude visitar la Capilla de San Pedro. Un templo inmenso, lleno también de arte y de lujos. Me pregunto, ¿por qué gastar tanto dinero en templos cuando las necesidades más urgentes las tiene la gente en países en vías en desarrollo, y no solo ellos, sino también aquellos que viven en naciones desarrolladas pero que han dejado de lado a Dios?

Al día siguiente, visité el Coliseo Romano, el cual debe su nombre al Coloso de Nerón (una estatua que se encontraba a un lado del coliseo). Una construcción impresionante, como impresionante fue escuchar que en el coliseo se realizaban “deportes”: cacerías, luchas de gladiadores, etc. Un evento en especial, me dejó con la boca abierta. En cierta ocasión, uno de los emperadores romanos ordenó que en el coliseo peleasen 10.000 gladiadores contra 11.000 fieras. En fin, es un lugar donde se derramó mucha sangre. Creo que hasta ahora ninguna película de Hollywood puede describir con certeza el salvajismo llevado a cabo en el coliseo. Pero, en fin, fue un privilegio haber visitado un lugar con tanta historia.

Luego fui al Forum Romano, un lugar comparado con los centros comerciales de hoy en día. Al entrar no me imaginé que era un vasto territorio el que tenía que recorrer. Habían muchas cosas interesantes que visitar. Las propiedades de Nerón, el lugar donde César fue quemado, en fin. Son lugares que fueron descubiertos hace poco por arqueólogos, por lo cual las excavaciones continúan.

Y por último, para aquellos amantes del cine, ¿recuerdan  la película La Dolce Vita? En ese film la protagonista se sumerge en las aguas de una fuente e invita a Marcelo Mastroiani a hacer lo mismo. Ese lugar espléndido es la Fontana de Trevi. Basta decir que otro de los lugares más concurridos en Roma. Si uno quiere tomarse una foto, tiene que esperar a que haya un lugar libre y así tomar una foto sin tanta gente. Pero cuando llega la noche, la Fontana se llena de luces y la escena que se presenta ante los ojos es hermosa. Como para otra película, jeje.

Y así, este viaje me trasladó a otra de las maravillas de Italia: Venecia. Llegué en avión, a la parte continental de Venecia, y luego me trasladé en bote a la isla. Algo muy particular fue saber que el transporte público en Venecia es justamente por vía fluvial. Y si uno quiere tomar un taxi acuático, simplemente tiene que pagar mucho más de lo que cuesta el bote público. En fin, el trayecto duró como una hora y media. Era de esperarse que el transporte público fuera más lento que el privado, como sucede en otras ocasiones en otras ciudades. Era más o menos como ir en bus popular, jeje, muy lento.

Al llegar, me di cuenta que las cuadras de la ciudad están separadas por canales y que casi en cada calle hay un pequeño puente que cruzar. Las casas, muy antiguas, dan la impresión de estar en una ciudad de la época colonial si no fuera por las tiendas de Gucci, Prada, Adidas u otras marcas conocidas. Eso sí, casi no había donde poner un pie porque al parecer todos los turistas nos pusimos de acuerdo para llegar a la misma hora para apenas buscar nuestro hotel. En medio de ese vaivén de gente, tuve que buscar mi lugar de alojamiento hasta que di con él. Un hotel escondido en medio de un pasaje que parecía ser simplemente un lugar residencial. Ya en el hotel, dejé mis cosas y salí para visitar la plaza más famosa de la ciudad: La Plaza de San Marco. Un lugar muy bonito. Ahí queda la Catedral de San Marco, a la cual las mujeres no pueden entrar si tienen una minifalda o si llevan los hombros descubiertos. Pero de eso también sacan provecho los habitantes de Venecia porque por tan sólo un eurito te venden una manta para tapar las partes “indecentes”.

Luego subí a la torre más alta de la ciudad. Desde allí se puede divisar toda la ciudad y sus espectaculares paisajes. Era propicio el momento para sacar mi cámara y llevarme los recuerdos más preciosos de Venecia.

Bueno, este fue un peque recuento de las vacaciones en Italia. Ahora sí se viene lo serio: encontrar una escuela de idiomas y un departamento. Ya no será el tiempo de descanso, sino de enfrentarse a lo duro: la cultura y el idioma.

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